A mí nunca me había gustado viajar.
Durante muchos años, incluso volver a Catalunya me causaba incomodidad.
Hasta hace unos pocos años, no había visto muchas cosas.
Cuando llegaba el verano, buscábamos lugares en Italia donde poder ir con los hijos pequeños. No me molestaba. Con los hijos siempre he estado bien.
La idea de ir a algún lugar lejano no me gustaba en absoluto.
¿Viajar? No, gracias.
No de la manera que había visto durante años.
No de la manera que había escuchado durante años.
No de la manera en que lo hace prácticamente toda la gente.
No quiero viajar yendo a una agencia en la que una señora muy amable me organiza todo.
No quiero ir a un resort exótico y caro, donde tanto los clientes como el personal son italianos y donde me ponen una pulsera para demostrar que tengo derecho a todo.
No quiero tumbarme en la playa y que me sirva una persona que sé que luego irá a dormir a su casa en una zona de extrema pobreza.
No quiero esas actividades de grupo con los animadores que te molestan para hacer espectáculos o iniciativas de todo tipo. Las odio.
No quiero acabar en una ciudad llena de gente, que quizá haya llegado en el mismo vuelo low cost que yo, y donde la cultura que se ve es la misma que en cualquier otro centro turístico de cualquier otro país.
No quiero ir a un lugar solo porque va todo el mundo.
¡Por eso nunca me ha gustado viajar!
Esos no son los viajes en los que me siento a gusto.
¿Viajar? No gracias.
... ¡Espera! ¡Espera!
¡Viajar sí! ¡Pero un sí gigante!
Quiero viajar durmiendo en la cima de una montaña, donde no haya nadie más que los que están conmigo.
Quiero tomar la autocaravana y perderme en cualquier lugar, solo o con los tres rayos de sol.
Quiero vivir en una autocaravana.
Quiero viajar aprendiendo a montar una tienda, encendiendo un hornillo y mirando las estrellas.
Quiero viajar hablando italiano, inglés, español, catalán y un poco de francés.
Quiero viajar cargando las alforjas en la bicicleta y pedalear durante horas.
Quiero viajar disfrutando de lugares, gente, comida, cultura y paisajes. ¿Faltarán duchas y comodidad? No importa.
Quiero viajar comiendo en lugares que los turistas nunca han visto y hablando con la gente local.
Quiero morir de frío bajando del Mont Ventoux, pedir a una grúa que suba mi bicicleta por una montaña no prevista en los Pirineos o ir a almorzar a casa de un ciclista que quiere acogerme después de pedalear juntos durante horas en la Camarga.
Quiero montar la tienda en el jardín de una familia en Francia o en el de unos ganaderos de vacas en Irlanda.
Quiero reservar un hostal en Eslovenia donde acabar durmiendo solo en el primer piso de un bar abandonado.
Quiero montar la tienda en una gasolinera y sentirme como si estuviera en un hotel de lujo porque sé que por la mañana tendré un bar cerca para desayunar.
Quiero oler el aroma de la lavanda en Provenza, bañarme en la Costa Brava o colarme en un camping para darme una ducha en los Alpes franceses.
¿Viajar? Sí, claro.
Pero como a mi me gusta.
¿Vivir? Sí, claro.
Pero a mi manera.
Disfrutemos.
Busquemos las cosas bonitas.
Comuniquemos la belleza.
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