El hombre está hecho de hábitos.
Uno se acostumbra a la comida que cocina.
Te acostumbras a la forma de vestir.
Coges siempre la misma carretera para ir al trabajo.
Llamas siempre el mismo técnico: mecánico, peluquero, médico, fontanero, etc.
Si sales, siempre vas a los mismos restaurantes con los mismos amigos.
A cierta edad es difícil salir del caparazón.
A cierta edad, algunas personas no quieren romper el molde.
A cierta edad, algunos no son capaces de hacerlo, quizás porque nunca lo han hecho.
Estamos en el mundo para dejar una buena huella.
Y, sobre todo, disfrutar del tiempo y de las oportunidades que se nos brinda.
Pero no puedes ver la luz si tienes los ojos cerrados, el corazón apagado y la energía en standby.
Yo quiero ser sacudido, conmovido, reactivado, asombrado y electrizado.
Una buena oportunidad para hacerlo es la visita de alguien.
Hay que pensar en organizar algunas visitas turísticas, comer cosas buena y hacer algunas actividades para estar juntos.
Te ves obligado a aceptar ideas o propuestas que quizá no habrías imaginado.
Hay que abrir los brazos de par en par a las cosas diferentes.
Y así es como cambia la vida.
Algo bonito puede suceder si te hace tomar una bifurcación en una dirección diferente a la habitual.
Y la vida te sorprende.
Y así, abrazando, acogiendo y siguiendo, acabamos en la exposición de Bansky en Milán.
Conozco a Bansky.
¿Quién no ha visto alguna de sus obras?
Pero caramba, qué espectáculo.
Habría estado allí durante horas.
Cada obra cuenta el mundo.
Cada obra te cuestiona, te hace pensar, te golpea en el corazón.
Todos, jóvenes y mayores, andábamos con la boca abierta de asombro.
Me sentí vivo y pequeño al mismo tiempo.
¿Cómo se puede hablar de todo en un solo cuadro?
La vida, la política, la injusticia, el amor, los contrastes, los pensamientos, los colores, la lucha.
Hay que dejarse sacudir.
Hay que mirar. Y abrir los ojos y los brazos.
Y, sobre todo, ¿sabes lo que NO debes hacer?
Censurar.
A menudo los que son diferentes a ti pueden enseñarte cosas buenas.
No cortes con alguien que se viste de forma extraña, que no entiendes cómo habla, que tiene el pelo teñido, que dibuja cosas incomprensibles o que tiene pasiones que te parecen una locura.
En esa persona hay probablemente un mundo inexplorado pero infinitamente rico.
A quién le importa si se pasa de la raya.
A quién le importa si tiene el pelo verde y lleva collares anómalos.
¡Esa persona es un tesoro fantástico!
Metafóricamente, tenemos dos caminos:
Ser el que borró la obra de arte de Bansky por desfigurar una pared;
Ser los que la sacaron de la pared y la pusieron en un gran escenario para que todo el mundo la viera.
¿A cuántas personas borras por ser diferentes?
¿Un conocido que se viste con una vieja camiseta rosa?
¿Un tipo con una cola en la cabeza?
¿Un amigo que cocina raro?
¿El extraño en la semáforo?
¿Los chicos que conoces por casualidad y que viven en una comunidad de recuperación?
Me pregunto si es más raro llevar una vida sin color solo para no salirse de las normas, o si es más raro intentar ser uno mismo sin preocuparse de "lo que dirán".
A lo largo de los años me han dicho:
"No tomes café con ese colega. Al jefe no le gusta. Que te vean con él te hará quedar mal".
"No, no te vistas así. Si quieres hacer carrera tienes que venir con traje todos los días".
Y mil cosas más.
Normas, "políticamente correcto", código de vestimenta, etc.
En palabras, todos somos abiertos y serviciales.
¿Pero en la realidad?
A veces soy un rígido. Sé que lo soy.
Pero hace años me di cuenta de ello.
Y juro que desde que intento abrir bien los brazos y el corazón, el mundo ha adquirido colores inesperados.
Gracias, Bansky.
Ojalá pudiera captar los matices que tú captas.
Y ojalá todos pudiéramos amar aquello que nos saca del camino habitual.
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