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Carta a mi padre

El "mundo" me dijo que me envidiaba.

Mis amigos me decían que hubieran deseado tener un padre carismático, encantador y sociable como tú.

Las señoras del edificio te llamaban "el guapo". Lo descubrí un año después de que nos dejaras.

Cuando entrabas en un lugar, toda la atención se centraba en ti.

Si había niños en la habitación, los atraías.


Eras un imán.

Tenías un "don de gentes".


No te cuidabas mucho. Admítelo.

Estabas gordo, comías mal, dormías peor.

Fumabas. Fumabas Todo el tiempo.


Eras muy orgulloso.


Mostrar afecto era un signo de debilidad.

Emocionarse era un signo de debilidad.

Equivocarse era un signo de debilidad.

Pedir ayuda era un signo de debilidad.


Siempre fuiste un líder. Incluso de niño.

En todos los lugares a los que ibas te pedían que lideraras, que guiaras.


O te querían o te odiaban. No se podía estar en el medio.

Yo te amé y te odié.


No era necesario decir que éramos padre e hijo.

Se notaba en nuestros cuerpos, nuestros movimientos, nuestras bromas, nuestros gestos.


Erámos iguales.


Me dijiste: "si llevas pendientes dormirás fuera de casa". Me puse dos.

Me dijiste: "si te haces un tatuaje dormirás fuera de casa". Ahora estoy lleno de ellos. Pero por suerte empecé cuando ya dormía fuera de casa.

Me dijiste: "si te tiñes el pelo dormirás fuera de casa". Me lo he teñí de azul con lunares, pero en cuanto te vi llorar me afeité la cabeza para borrar el color.

Me dijiste muchas cosas pero nunca me dejaste dormir fuera de casa.


Nunca entendí si teníamos problemas en nuestra relación porque éramos demasiado iguales o demasiado diferentes.


Te gustaban los deportes. Pero no practicabas ninguno.

El fin de semana veíamos balonmano, fútbol sala, transworld sport, baloncesto o cualquier otro deporte que se emitiera en los canales españoles o catalanes.

Luego íbamos a mi partido de fútbol y a los de otros amigos.

Tu alma era la de un deportista.


Nadé la travesía del puerto de Barcelona en 2001. Habrías querido venir a verme. Me dijiste que habías intentado hacerme una sorpresa. Pero no pudiste hacerlo. Ya estabas demasiado enfermo.


Yo he vivido mucho desde entonces.


Creo que estarías orgulloso de cómo he crecido.

Me verías como un adulto.

Podrías ver conmigo los partidos de tus nietos Teudis y Jordi . O charlar durante horas con tu nieta Anna. Te encantarían.

Ahora ya estarías jubilado. Y pasarías largas temporadas en Italia.

Te hubiera gustado seguir mi vida y mis hazañas deportivas. Serías mi primer seguidor. Y seguro me dirías que estoy loco, como hacen mis amigos.


Recuerdo lo mucho que te fascinaban los atletas que hacían carreras de resistencia.

Recuerdo la admiración con la que hablabas de los que participaban en carreras "ironman".

Me pregunto qué pensarías ahora si me vieras haciendo ese tipo de experiencia.


Querido papá,

muchas veces no te he entendido.

Muchas veces no me has entendido.

En una vieja y larga carta que aún conservo y que leo a menudo, escribiste que envidiabas muchas cosas de mí.

Yo también envidiaba muchas cosas de ti.


Nos queríamos con locura.

Y ambos lo sabíamos.

Nos merecíamos poder hacerlo durante mucho más tiempo.

Nos merecíamos poder querernos libremente como adultos.

Mamá falleció cuando yo tenía 21 años.

Tú cuando tenía 23.

El próximo 8 de noviembre se cumplirán exactamente 20 años.


Nunca he dejado de echarte de menos.

Has aparecido en mis sueños al menos una vez a la semana desde 2001.


No estás aquí.
Pero en realidad tú estás aquí conmigo en todo momento.
Siempre y para siempre

Gracias por lo que me has ayudado a ser.
T'estimo.



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