Casa (esp)
- El Pincha Uvas
- 29 apr
- Tempo di lettura: 3 min
¿Te ha pasado alguna vez que reconoces un olor que te recuerda a alguien por quien lo habrías dado todo?
Una vez sentí a alguien que llevaba la crema de manos que usaba mi madre.
Fue un viaje increíble. Me encontré a su lado mientras regaba las plantas. Al mismo tiempo la veía mirándome mientras jugaba al fútbol. Y también, cuando me despedía para volver a su casa.
Nunca más volví a sentir ese olor.
Si vuelve a pasar, compraré un frasco de inmediato.
¿Te ha pasado alguna vez que pruebas una comida que te transporta a algún lugar?
Hace años dirigía un restaurante, en una de mis muchas vidas. Organizaba muchos eventos. Uno de ellos era la cena española con música en vivo. Un grupo de flamenco cantaba y bailaba. La cena era a base de paella, embutidos y quesos que me enviaba mi amigo Josep desde la carnicería de sus padres. Entre las piezas de carne estaba la butifarra. Hacía años que no la comía. La primera vez que lo hice de nuevo... ¡wow!
Volví a ser niño, adolescente y joven, en un solo instante.
Mi mente volvió a Navàs, Calaf, Calella y Figueres, en un solo instante.
Mis ojos vieron a mi padre, a mi madre, a mi hermana y a mis amigos, en un solo instante.
Gracias a un trozo de carne catalana, reviví un trozo de mi vida.
En un solo instante.
¿Te ha pasado alguna vez que hueles un perfume que usaba una persona que amabas?
En casa tengo dos frascos de perfume.
El primer frasco tiene al menos 24 años. Cuando mi padre falleció en el lejano 2001, lo tomé de su casa. Se está evaporando. Queda poco. Un par de veces al año abro el tapón y huelo su contenido. Es un acto rápido, fugaz, casi a escondidas. Tengo que cerrar rápidamente el frasco. Ese perfume debe durar para siempre.
El segundo frasco es una copia del primero. Pero es nuevo.
Mis hijos saben que me gusta recordar el olor de mi padre. Ellos me observan, me escuchan. Hace unos años juntaron algo de su dinero y me compraron un perfume nuevo, idéntico al original.
Querían que pudiera revivir a mi padre en cualquier momento.
Era mi padre. Era su abuelo, a quien no pudieron conocer.
¿Te ha pasado alguna vez que recibes un abrazo en el que te sientes acogido?
Una vez hice terapia con una psicóloga. En la primera sesión me explicó su método y me preguntó:
"¿Puedes imaginar un (tu) lugar seguro donde te sientas acogido?"
"Sí, me viene a la mente cuando veo a mi hermana después de mucho tiempo, y nos abrazamos fuerte, sin decir nada."
Hay abrazos que te hacen sentir bien. Te devuelven a un lugar seguro. Te llevan a un encuentro, una bienvenida o una despedida.
Hay abrazos que dicen "¡te quiero!", "¿dónde estabas?", "qué alegría verte", "te he echado de menos", "quédate aquí" y mucho más.
Hay abrazos que lo dicen todo. Sin necesidad de decir nada.
Pasar diez días con los tres rayos de sol en mi Catalunya provoca todo eso dentro de mí.
Sabores, olores, abrazos, encuentros.
La tierra atrae.
El corazón late.
Siempre y en todas partes.
Qué bonito poder volver a casa de vez en cuando.
Gracias, hijos míos, por seguirme siempre.
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